lunes, 22 de noviembre de 2010

Salvo el crepúsculo


Salvo el crepúsculo es el libro que reúne poemas de Julio Cortázar. Fue editado en 1984, algunos meses después de que Cortázar muriera.
Su hipertextualidad es una invitación constante a buscar a otros autores, a escuchar aquellas músicas que lo desbordaban, a mirar esas películas que lo conmovieron de algún modo.
Leí en algún lugar que el título lo debe al último verso de un haiku: Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el crepúsculo.

Este poema, me llegó hoy, de una de esas bellas maneras en que llegan las cosas en los momentos inesperados. Y su belleza, de redondeces profanas, me desbordó de alegría, y quise compartirlo...


HAPPY NEW YEAR

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Trompas al espejo

El ascensor de mi edificio es muy pequeño.
Tanto que dos personas juntas que viajamos ahí, nos contagiamos los perfumes, y salimos con el aroma cambiado.
Además, las luces toman decisiones propias: cuando quieren se prenden, cuando quieren se apagan, y a veces se turnan, una y una, como arbolito de navidad.
Toda una aventura mi ascensor.
Pero lo mejor que tiene: ¡espejos hasta el techo! Pero no es un espejo común y corriente, es especial, pero no sé porqué, porque de óptica y física yo no entiendo nada. Lo que sé es que si uno mira para arriba y hace caras, las caras se ven más lindas.
Y que si hacés trompita, como tirándole besos al enano invisible que vive adentro del espejo ese, la boca aparece como si estuviera inyectada con colágeno. Y si llegás a tenér la boca pintada porque te tocó tener que salir a pasear... ahí, tirás besos al techo y parecés Moria Casán. Te lo juro.
Lo único que de todo esto me da miedo es que un día, yo esté practicando ser vedette trompuda, mirando al techo-espejo y alguien me abra la puerta del ascensor.
Mientras tanto, corro el riesgo...