jueves, 5 de diciembre de 2013

Principio y final del silencio

Los silencios a veces son como máscaras incandescentes, que dicen y gritan mientras uno queda sordo en medio de tanto ruido de tambores. Las voces también lo son, los gritos, las largas enunciaciones vacías de sentido, los prólogos infinitos que nunca conducen a la trama de la cuestión. Incluso los epílogos pueden ser como máscaras que conduzcan a una nube negra todo lo antedicho.
Parece ser que todo puede ser otra cosa que la aparente.

Sin embargo, hay silencios sanos, bonitos, casi crepusculares. Silencios que dejan construir ausencias, que son esos huecos espaciales que precisamos algunas veces cuando las presencias son tan fuertes que invadieron hasta nuestro cuero cabelludo.
Lo bueno de los silencios, de estos, de los verdaderos, de los elegidos, de los silencios-silenciosos, es que, además de todo, tienen principio y tienen final, como la luna que arrastra olas para un lado y para el otro, nos dejan arrastrarnos un poco dentro de las propias mareas (y marearnos).
Pasan cosas durante su estadía, y a veces, hasta nos cambia un poco la voz, o la cadencia, la melodía de lo dicho.
Por volver después de algunos silencios. Por los silenciadores que nos dejan metamorfosear las palabras. Porque siempre hay algo nuevo por-venir.