jueves, 22 de mayo de 2014

Laberintos II

Comió el pan de cada día y se tiró a descansar del trajín interminable de las noches en vela, de los barcos fantasmas y de los roedores que caminaban sin cesar.
Soñó ser un tipo intrépido y llegar hasta los rincones inexplorados de algún país de esos que fueron colonia holandesa, o inglesa...
Se despertó sobresaltado por la pérdida del rifle en el medio de un baile ritual inentendible y se levantó del sillón; se arrojó al suelo frío sin barro ni piedra y rodó por el living de la casona hasta llegar a la galería. Reptando se acurrucó detrás de la maceta del ficus y miró para todos lados. El silencio era agotador. Rastrilló el piso con su mirada hasta ver el rifle perdido. Para llegar hasta él, tuvo que mantener su abdomen pegado al suelo y arrastrar consigo todas las ramas y hojas que el temporal había dejado por ahí.
Finalmente logró tomar el rifle entre sus manos, se puso de pie y volvió a la sala.
Lleno de barro y piedras, tomó para sí una fruta que parecía comestible, se puso de cuclillas al lado del árbol que lo alimentaba y en esa posición se durmió, agotado del trajín interminable de las noches fantasmas, de los barcos sin velas, y de los roedores que caminan sin cesar.

lunes, 19 de mayo de 2014

sin.taxis

un gotero que perfora la madera con las gotas que caen que perturban que entumecen que roen y corrompen como un gato que maúlla sin sentido ni oído y ni bienvivido ni malmuerto se calla ni se cae ni se rompen sólo gotean sin parar hacia abajo o hacia arriba lo mismo da porque el muerto es siempre el mismo cambia solamente la vestidura del animal que despierto va andando por los techos que inundados ya no encuentran lugar donde cambiarse o correrse o mojarse o volverse a casa para perturbar y caer y entumecer mientras se roe o corrompe o desliza hacia el cuarto y duerme en la cuna de un niño que no vive allí ni en ningún lugar porque nunca respiró ni ensució y eso lo mantuvo a salvo del dolor y del tedio de las orillas de los mares que se forman con las gotas que marean, porque al final eso es lo que hace el mar, llevarse a los gatos por los tejados para que crean durante unas horas que mi amor, la libertad es fiebre, es oración, fastidio y buena suerte solamente algunos que logran que el goteo sea vida y nunca hastío de ladrillos huecos que levantan paredes paredones muros marquesinas de colores para iluminar lo que quieren tapar nada tapa mejor que la luz que encandila engolosina durmientes de trenes sin estaciones o caracoles que son casas para perfumes


lunes, 12 de mayo de 2014

La poesía

Un modo posible de todavía salvarse sería lo que ellos nunca llamarían poesía. En realidad, ¿qué sería la poesía, esa palabra incómoda? ¿Sería encontrarse cuando, por casualidad, cayera una lluvia repentina sobre la ciudad? ¿O quizás, mientras tomaban un refresco, mirar al mismo tiempo la cara de una mujer que pasa por la calle? o aún encontrarse por casualidad en la vieja noche de luna y viento? Pero los dos habían nacido con la palabra poesía ya publicada con gran impudor en las páginas de los suplementos de domingo de los diarios. Poesía era la palabra de los más viejos. Y la desconfianza de los dos era enorme, como de animales. En los que el instinto avisa: que un día serán cazados. Ya habían sido demasiado engañados para poder creer ahora. Y, para cazarlos, habría hecho falta una enorme cautela, mucho faro y mucha labia, y un cariño aún más cauteloso -un cariño que no los ofendies- para, al agarrarlos desprevenidos, poder capturarlos en la red.

Clarice Lispector (de "El mensaje", en "La legión extranjera", trad. de Paloma Vidal)