Los silencios a veces son como máscaras incandescentes, que dicen y gritan mientras uno queda sordo en medio de tanto ruido de tambores. Las voces también lo son, los gritos, las largas enunciaciones vacías de sentido, los prólogos infinitos que nunca conducen a la trama de la cuestión. Incluso los epílogos pueden ser como máscaras que conduzcan a una nube negra todo lo antedicho.
Parece ser que todo puede ser otra cosa que la aparente.
Sin embargo, hay silencios sanos, bonitos, casi crepusculares. Silencios que dejan construir ausencias, que son esos huecos espaciales que precisamos algunas veces cuando las presencias son tan fuertes que invadieron hasta nuestro cuero cabelludo.
Lo bueno de los silencios, de estos, de los verdaderos, de los elegidos, de los silencios-silenciosos, es que, además de todo, tienen principio y tienen final, como la luna que arrastra olas para un lado y para el otro, nos dejan arrastrarnos un poco dentro de las propias mareas (y marearnos).
Pasan cosas durante su estadía, y a veces, hasta nos cambia un poco la voz, o la cadencia, la melodía de lo dicho.
Por volver después de algunos silencios. Por los silenciadores que nos dejan metamorfosear las palabras. Porque siempre hay algo nuevo por-venir.
Los buceadores dicen que en el fondo del mar los colores son distintos. Parece que la luz nos juega malas pasadas y en su ausencia, no sobreviene la temida oscuridad sino que otros tonos se perciben, ya con el cuerpo, ya con el no-cuerpo, que algunos nombran alma, espíritu, energía. El asunto es que una ovolacteovegetariana -y peces- junto a una bastantechiflada -y peces- sacudiéndose un día la modorra, pensaron en peces con rulos. Bienvenidos, good show y vermouth con papas fritas.
jueves, 5 de diciembre de 2013
miércoles, 1 de mayo de 2013
Como un baile de cortejo
Las formas rituales pos modernas en las cuales nos sumergimos para entender las cosas que nos suelen suceder no son más que pequeños cortes asfixiantes a la energía deseosa de fluir.
La razón que nos invade, la inevitable pereza emocional que nos agobia, el eterno resplandor de un silencio inocuo y verde de podrido.
Parece que la clave es lo impersonal, hay opciones de más para lograr escabullirse entre las palabras. Cada vez más ritmo escénico para achicar las brechas del dolor.
Sin embargo, parece que desde el inicio de los tiempos todo funciona según otras lógicas ilógicas y hermosas.
Me escondo en misas paganas.
Me zambullo en auxilios de tiempo escaso, en placebos incoloros.
Me ratoneo entre pesadillas azules para tapar el vaho del óxido y la herrumbre.
Con ritos de cortejo, con tácticas mediocres, con estrategias inventadas por quienes nunca las usan.
Al final, igual, nos gana, me gana, te gana.
Por suerte.
Dejémonos ganar, dale.
La razón que nos invade, la inevitable pereza emocional que nos agobia, el eterno resplandor de un silencio inocuo y verde de podrido.
Parece que la clave es lo impersonal, hay opciones de más para lograr escabullirse entre las palabras. Cada vez más ritmo escénico para achicar las brechas del dolor.
Sin embargo, parece que desde el inicio de los tiempos todo funciona según otras lógicas ilógicas y hermosas.
Me escondo en misas paganas.
Me zambullo en auxilios de tiempo escaso, en placebos incoloros.
Me ratoneo entre pesadillas azules para tapar el vaho del óxido y la herrumbre.
Y mientras tanto vos bailás, al compás de tu rezo frágil.
Quedás rengo de tanto mover el pie equivocado, pero nada para al frenesí de la belleza.
Te cuidaste tanto de no romper las copas que te hiciste vos mismo de cristal.
Con ritos de cortejo, con tácticas mediocres, con estrategias inventadas por quienes nunca las usan.
Al final, igual, nos gana, me gana, te gana.
Por suerte.
Dejémonos ganar, dale.
martes, 2 de abril de 2013
Antes del haiku
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