lunes, 1 de noviembre de 2010

Trompas al espejo

El ascensor de mi edificio es muy pequeño.
Tanto que dos personas juntas que viajamos ahí, nos contagiamos los perfumes, y salimos con el aroma cambiado.
Además, las luces toman decisiones propias: cuando quieren se prenden, cuando quieren se apagan, y a veces se turnan, una y una, como arbolito de navidad.
Toda una aventura mi ascensor.
Pero lo mejor que tiene: ¡espejos hasta el techo! Pero no es un espejo común y corriente, es especial, pero no sé porqué, porque de óptica y física yo no entiendo nada. Lo que sé es que si uno mira para arriba y hace caras, las caras se ven más lindas.
Y que si hacés trompita, como tirándole besos al enano invisible que vive adentro del espejo ese, la boca aparece como si estuviera inyectada con colágeno. Y si llegás a tenér la boca pintada porque te tocó tener que salir a pasear... ahí, tirás besos al techo y parecés Moria Casán. Te lo juro.
Lo único que de todo esto me da miedo es que un día, yo esté practicando ser vedette trompuda, mirando al techo-espejo y alguien me abra la puerta del ascensor.
Mientras tanto, corro el riesgo...

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